Día 13: Nikko y Odaiba

La primera excursión que hicimos desde Tokyo, fue a Nikko. Una ciudad famosa por sus innumerables templos en lo alto de las montañas. De hecho estos templos, desde el año 1999 forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. También en medio de este conjunto monástico se encuentra enclavada la tumba de uno de los reunificadores de Japón y primer Shogun de la dinastía de Tokugawa: Tokugawa Ieyasu.

Además de esto es posible visitar el lago Chuzenji-ko y sus cascadas o recorrer el camino de Jizos hasta el abismo de Kanmangafuchi. Dado que lo primero estaba más lejos y dependíamos de autobús renunciamos a esto y nos decantamos por las segunda opción:


No vamos a empezar la casa por el tejado y vamos a empezar por el principio. Tras dejar la estación de tren hay dos formas de subir, en autobús o con el coche de San Fernando (un ratito a pie y otro andando), dado que escogimos esta segunda opción descubrimos una sorpresa que desvelaré al final.

Al llegar a lo alto de la cuesta, justo donde dejaba el autobús nos dio la bienvenida el Daiya-gawa y sobre este, el puente más fotografiado de todo japón: el Shin-kyo .


Desafortunadamente este puente ya no se usa para cruzar el río. Se cruzaba un puente paralelo a este por el que también podía transitar el tráfico rodado. Por el módico precio de 200 JPY se podía cruzar dicho puente yendo al extremo y volviendo por el mismo sitio para hacerse fotos en su interior. A esa no nos apuntamos.


Seguimos ascendiendo a lo largo de los diferentes senderos que serpenteaban por toda la montaña,. Por el camino vimos otro par de templos, sin embargo estaban restaurándolos parcialmente por lo que pasamos de largo. Habíamos leído acerca de las obras de restauración de este lugar que llevan dilatándose unos cuantos años y nos temíamos lo peor.

Finalmente llegamos al principal complejo de Nikko: el Tosho-gu (800 JPY). Tras dejar una pagoda de cinco pisos a un lado nos recibió la impresionante Omote-mon. Esta puerta ya nos estaba empezando a dar una idea de lo que íbamos a ver: un templo que se alejaba de la austeridad que habíamos visto hasta el momento. 


La decoración estaba llena de detalles y motivos ornamentales, el que más se repetía era el mon de los Tokugawa (un símbolo que representaba el nombre de la familia). En la parte superior del tejado de la imagen inferior veréis el símbolo del que hablo, creo que parecen ser tres hojas inscritas en un círculo. También se ve en las linternas de arriba.


Este era la imagen de uno de los edificios situados en la entrada. La gracia de estos elefantes dopados de esteroides estaba en que su escultor no había visto un paquidermo en su vida. No pasa nada, se nota.

Todos hemos visto los clásicos iconos de los monitos del whatsapp en el móvil. Pues os presento a los tres monos sabios los cuales se encontraban esculpidos en uno de los frisos de madera de una de las edificaciones de la entrada. Representan un viejo dicho del budismo tendai el cual reza: 'No ver el mal, no escuchar el mal y no decir el mal'.



En el interior de una de las construcciones que se ve al fondo de la foto superior había una sala en la que había un dragón pintado en el techo. Los monjes hacían una demostración en la cual se probaba que la acústica en la sala era superior bajo las fauces del dragón que en otra parte de su cuerpo. Por esta 'anécdota' se le llamaba a esta pintura 'El dragón que llora'.

En un tercer nivel al que se accedía a través de una gran puerta cubierta por una lona (malditas obras) se encontraban las salas principales, sin embargo me llamaron más la atención los barrilles de sake almacenados para las celebraciones. Esto se ve en muchos templos.




Sobre la puerta que daba al camino que llevaba a la tumba de Tokugawa Ieyasu se encontraba la escultura del gato durmiente muy famoso por su realismo. Os aseguro que la paz del gato contrastaba con todo el percal que había debajo para hacer la foto de marras (¡culpable!, tuve que hacerla a la vuelta).


La tumba del Shogun se encontraba tras una escalinata no muy larga y que por su entorno y el enclave en el que se encontraba situada, cubría aquel recorrido de un halo de misticismo y solemnidad que contribuía a ensalzar lo que estábamos a punto de ver. 



Para los curiosos: si habéis leído o visto la serie Shogun. La figura de Toranaga está inspirada en Tokugawa Ieyasu.

Tras haber visto este conjunto monástico decidimos dar la oportunidad a otros dos santuarios sintoístas: el Futarasan-jinja dedicado a Shodo Shonin (con una pequeña parte en obras) y el Taiyuin-byo, consagrado al nieto de Ieyasu. Este último con muchos elementos en común con el Tosho-gu siendo su principal atractivo el ser un sitio más íntimo.



Había llegado la hora de comer así que fuimos a un restaurante junto al puente del que hablé al inicio de esta entrada. Como siempre había que tachar otro plato de la lista de pendientes  así que escogimos el arroz con curry japonés. Estaba bueno, no es picante y es un plato barato (considerando donde estaba salimos los dos a 3078 JPY).



Con el buche lleno nos pusimos en camino a ver el abismo de Kanmangafuchi. Para los que queráis ir, no tiene pérdida. Desde el puente Shin-kyo hay que seguir la carretera que baja bordeando el río hasta que veais un paso para cruzar el puente, a partir de aquí está todo señalizado.

Si intentáis contar los Jizos a la ida y los vuelves a contar a la vuelta... Verás que nunca te coincidirán los números. Es por eso que se le conoce como el camino de los Jizos fantasmas  (y es cierto).



Al final del camino se llega a lo que parece una especie de kiosko-choza desde donde se ve el abismo. La verdad es que la historia tiene anécdota y es que estábamos buscando un abismo, seguimos el camino buscando por donde seguía dimos un par de vuelta hasta que nos enteramos de qué iba el cuento... Resultaba que el nombre era un poco exageración. Eso sí tanto el camino como el destino muy bonitos.


Siempre hay tiempo para hacer un poco el tonto a la vuelta (sólo espero no haber sido maldecido por los kamis que protegían este lugar).



Y así terminamos con Nikko... ¿Y la sorpresa? No me he olvidado. Resulta que mientras subíamos por la cuesta vi expuesto unos cuantos dibujos que me recordaban a un vídeo que vi hace siglos. Un artista que dibujaba rápidamente unos dragones espectaculares (hablé de esto en el post inicial sobre Japón). Al bajar me hice un autorregalo por haberme portado bien. 



Cuando llegamos a Tokyo era ya casi de noche. Como no contábamos con tener mucho tiempo aprovechamos para visitar Odaiba. La isla artificial donde teníamos el hotel. Creo que esta es una visita que todos debemos hacer aunque no sea ni lo más importante ni lo más bonito, pero forma parte de ese Japón que no deja indiferente a nadie... Ese Japón espectacular que cuando lo ves no sabes si lo hacen porque pueden, porque les gusta, o porque son así. Sabes que es hortera y sabes que aún así mola un montón.

Hablo de por ejemplo el Gundam, ¿a quién no le gustan los robots gigantes que se dan de hostias?. No hay más que ver Transformers de las peores películas que se han hecho y ahí la tienes arrasando en taquilla.

Actualización: Actualmente hay un gundam de otro diseño. Este se retiró el día 5 de marzo del 2017. 


Aprovechamos para cenar en el depachika del centro comercial unos boles de Ramen. Casi no la diferencio del soba así que no sé cuál es la diferencia entre un plato u otro.



Y para terminar el día, qué mejor idea que darse una vuelta por Odaiba y descubrir lo que tiene para ofrecernos: conciertos de hologramas en una discoteca, vimos la entrada a un onsen para todos los públicos a modo de parque temático, el Fuji TV un edificio con una esfera ahí colgando en lo alto que gira sobre sí misma; un puente colgante al estilo del de Brooklyn y una estatua de la libertad. Todo eso y más que ni me atreví a descubir, es Odaiba.




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