Día 10: El Bund y Pudong de Shanghai

Al día siguiente, ya olvidadas las lluvias torrenciales que nos dieron los dos días anteriores, nos propusimos disfrutar de la ciudad de Shanghai, todo un referente de la modernidad así que nos marcamos un paralelismo con nuestro viaje del año anterior y lo asemejábamos a Tokyo. No era lo que hubieramos querido para aquel día pero era lo que teníamos. 

Os hablábamos en la entrada anterior acerca del Bund y Pudong sin embargo no aclaramos en qué consiste cada una de esas zonas, empezaremos por Pudong, el nombre que recibe el nuevo área financiero de Shanghai que empezó a construirse en 1990 y se ha desarrollado en apenas 20 años. Tal vez le haríamos más justicia a esta zona comparándolo con Dubai antes que con Tokyo

Es precisamente lo que se ve en esta foto, aquí tenemos una panorámica que no deja indiferente en la que destacan la Torre de Shanghai (632 m), la Torre de la Perla Oriental (468 m), la Torre Jin Mao (382 m) y el Shanghai World Financial Center (492 m). Cuatro de las torres más altas del mundo, ahí es nada. 


Todo esto es visible desde la otra orilla, la del Bund, que pertenece al distrito de Puxi, donde comenzamos nuestra visita.

Al Bund, este es el nombre que dieron los británicos al antiguo malecón de la ciudad, lo podríamos describir como un paseo a las orillas del río Huángpǔ en torno al cual se encuentran los edificios más emblemáticos de estilo colonial de la ciudad. Nada que ver con lo que llamaríamos edificios de 'estilo chino', y este es precisamente su encanto.

Puede que lo que os haya dicho os suene -valga la redundancia- a chino. Un poco de historia os ayudará: todo comenzó cuando primero los británicos desembarcaron y construyeron aquí su concesión, no tardaron en seguirlos representantes de otros países para acabar convirtiendo esta zona en un importante centro comercial y financiero hacia finales del siglo XIX. Todo esto terminó con la revolución cultural de Mao a principios del s.XX que provocó que los comerciantes extranjeros se desplazaron a Hong Kong perdiendo así Shanghai su papel económico hasta, como ya se dijo antes, la última década del siglo XX.

Lo que íbamos a ver durante nuestro paseo es lo que ha llegado de estos edificios a nuestros días y buena parte de la culpa de que no se hayan visto sepultados por un bosque de vidrio y acero lo tienen los planes urbanísticos que limitan la altura en este lugar.

Para conocer este lugar decidimos seguir el itinerario propuesto por la Lonely Planet, así que empezamos poco antes del puente de Waibaidù, el comienzo no era muy prometedor pero fue ver Yuanmingyuan Road y nos enamoramos. 


Una calle no muy larga en la que como puntos singulares teníamos la vieja Iglesia Unionista de 1885 y muy próxima a ésta tanto el antiguo consulado británico, como el edificio de publicaciones baptistas de China, los nombres eran más anodinos de lo que relataban sus fachadas. Y precisamente entre estos edificios de aspecto añejo iban apareciendo nuevas fachadas anónimas pero que también parecían pretender relatar alguna historia, algunos incluso con fachadas excesivamente acristaladas. Todo ello provocaba un contraste que no nos dejaba en absoluto indiferentes.

Una vez terminamos esta calle volvimos a la orilla del río donde vimos el Bank of China que tiene una anécdota cuanto menos curiosa. Y es que en el momento de encargarse en 1936 su diseño al arquitecto se le pidió que superase en altura al edificio vecino (el Peace Hotel) y acabó justamente un metro por debajo. Aunque se le presupone una mezcla de estilos destaca su fachada Art Déco.

               

Una vez más, el lujo y la humildad acaban por darse la mano en apenas pocos pasos y es que para ello bastaba con el espectador abandonase, en un afán curioso, la butaca que se le presupone que debe ocupar. No por ello se transmite la misma sensación de pobreza que sí que hemos visto en otros sitios de este país.

La Lonely os describirá varios de los edificios que tenéis por este paseo ribereño, hay de todo y algunos muy bonitos sin embargo el que más me llamó la atención fue el Hong Kong & Shanghai Bank, fundado en 1864 y considerado en su momento el "edificio más bello" y el segundo banco más grande del mundo. No sé si hay algo de cierto en esto, lo que sí que merece la pena es entrar y disfrutar del mosaico del techo, con los 8 grandes centros bancarios mundiales del momento (resulta curioso cómo algunas cosas han cambiado).

Frente a éste se encuentra un toro instalado en 2010 del mismo escultor que el que tenemos en Wall Street. Curiosamente había un policía custodiándolo, no sé si su mayor preocupación eran las perversiones de los turistas que podían traumatizar a su mascota a base de frotarle los huevecillos.


Una vez dimos por visto lo que la orilla del Huángpǔ tenía por ofrecernos, nos encaminamos a la Plaza del Pueblo. Tras este engañoso nombre patriótico y revolucionario se encuentra no una plaza, si no un complejo de zonas verdes y museos en el que tenemos hasta un parque de atracciones. 



Decidimos empezar el recorrido por el remanso de paz que suponía el Parque del Pueblo, así se llamaba esta gran extensión de zonas verdes que ocupaba prácticamente la mitad del área de la Plaza del Pueblo. 

Lo primero que vimos parecía una especie de parque de atracciones o feria en miniatura que tenía pinta de estar allí permanentemente, desde allí seguimos caminando buscando explorar cada rincón hasta que fuimos a parar a un estanque con una vegetación bastante familiar. No muy lejos de allí empezaban a disponerse pequeñas, vamos a llamarlas 'casitas del té', que casi parecían asomarse al lago, aquella visión me gustaba aunque no era de las más bonitas que me había encontrado y empezamos a seguirlas a lo largo de su perímetro hasta que nos encontramos con algo diferente...



Multitud de hombres chinos jugando, juraría que al Mahjong, otros simplemente admirando la partida o sociabilizando. Eran como nuestros jubilados de la partida de las tardes en el bar del barrio. 

No sé porqué estas imágenes de las que fui testigo y que son tan cotidianas acaban por evocarme simpatía, ¿tal vez por comprobar una vez más que aún con todo lo que nos diferencia, al final somos todos lo mismo, animales sociales? Tras cinco minutos sentados en una de esas 'casitas del té', admirando aquella estampa tan familiar acabamos por incorporarnos y seguir descubriendo esta plaza tan característica.



Al otro lado nada tenía que ver la Plaza del Pueblo, protagonizada por numerosos puestecillos y museos entre los que destacaba el Museo de Shanghai por las colas que se formaban en su entrada. El resto era césped y pavimento duro. 

Me quedé con el sabor de que la Plaza del Pueblo salvo por la anécdota no era un sitio que calificaría de especial.

Ya era un poco tarde y encontrar un sitio donde comer fue algo más complicado: nos tocó patearnos unas cuantas calles pues allá donde fuésemos teníamos comida internacional, más sólo queríamos ir a restaurantes chinos para ver si había alguna delicia gastronómica que descubrir en esta ciudad. Al final acabamos en un sitio especialista en fideos pero que lo mismo te preparaban una hamburguesa. Yo pedí fideos instantáneos, un error pues es casi lo que te venden en cualquier tienda de alimentación (vamos lo que en España vienen a ser los Yatekomo) estaban mejor los fideos picantes... Salimos los dos a 109 CNY.


Nuestra siguiente parada era la concesión francesa, otro de los barrios en el que perduran las construcciones de estilo colonial. En este caso el nombre de francesa le hace justicia no sólo por su origen, si no por cómo ha llegado hasta nosotros, como un barrio elegante y residencial. 

Empezamos nuestra visita por Tianzifang que no eran otra cosa que un entramado de callejones que se han agrupado como si las calles de un centro comercial se tratasen, y en su interior nos encontramos con oferta de ocio, restauración, boutiques o simplemente tiendas de recuerdos. Con esta descripción os podréis imaginar que la mayor parte de los visitantes éramos turistas.



La mejor forma de disfrutar este entramado de calles es darse un paseo sin buscar nada y dejar que lo que nos vamos encontrando nos sorprenda, cada calle es única y tiene su personalidad a la que contribuyen en gran medida los comercios que se abren a ésta.

Puede que no sea auténtico ni purista, pero desde luego que es singular y por ello no me dejaba indiferente, aunque luego lo definí como "el paraíso de los que les encante el postureo".




La concesión francesa es realmente muy amplia, así que en lugar de ir buscando qué ver, nos limitamos a buscar Tianzifang y Xīntiāndì, de la que hablaremos, dejando el resto de la visita al descubrimiento casual. Fue así como nos encontramos con numerosas galerías escondidas a simple vista además de muchas fachadas con un estilo colonial muy parecido al que vimos durante la mañana. 

Uno de estos descubrimientos fue el parque de Fuxing, un nuevo respiro verde, esta vez de estilo europeo -tal vez por ello menos especial a ojos del visitante occidental- en el que destacaban las estatuas de Karl Marx y Friedrich Engels. Recuerdo que además este parque, aunque menos masificado, contaba con numerosos visitantes locales que iban allí a pasar el día; me acuerdo especialmente de una pareja que se encontraba jugando al bádminton frente a la escultura de los coautores del Manifiesto Comunista.



Finalmente acabamos por llegar a Xīntiāndì, todo un complejo de comercio y restauración con más calles y más anchas que su vecino Tianzifang. Ideal para visitarle durante la hora de la cena, a esa hora estuvimos nosotros y había mucha animosidad. Aunque prácticamente todos éramos occidentales.

Como curiosidad nos encontramos un restaurante llamado 'Estado Puro' que olía a español de lejos, al acercarnos para comprobarlo, corroboramos que era de Paco Roncero y que precisamente ese día tenían menú de paella con Bogavante.

Ambos lugares tanto Xīntiāndì como Tianzifang tienen su innegable encanto pero se encuentran desprovistos de esa autenticidad que encontramos en otras partes del país. Y es que el sabor que se me quedó con la concesión francesa es que es un lugar con mucho encanto pero no destinado para locales. Probablemente ellos lo sientan como nosotros sentimos Magaluf...


 
Y para terminar el día nos desplazamos en metro al distrito de Pudong, donde su mayor interés y curiosidad es el de estar en el corazón financiero de una de las capitales del mundo. Existe otras formas de acercamiento como una lanzadera-mirador que atraviesa 'subacuáticamente' el río y donde se puede disfrutar de un espectáculo de luces, sin embargo nos consideramos suficientemente servidos con al experiencia del Maglev en el día anterior.

Una vez allí asistimos maravillados al desfile que protagonizaban los grandes pináculos que arañan el firmamento intentando recuperar los récord de altura perdidos años atrás con la construcción de nuevos vecinos en su orilla o al otro lado del mundo. 

La situación lo pedía así que decidimos subir a uno de los numerosos miradores que allí teníamos sin embargo la opción era variada. No dudamos mucho y nos dirigimos al mirador del Shanghai World Financial Center porque al ser el edificio menos atractivo, sería el que tendría las vistas más atractivas. Además se encontraba junto a la Torre Jin Mao la más característica de cuantas allí se encontraban.


Tras pagar el ticket; escogimos la opción más cara (180 CNY/p) que nos permitiría subir a todas y cada una de sus plantas; nos recibió una maqueta (foto de arriba) que reproducía fielmente el skyline del distrito financiero Pudong. Además iba variando su iluminación tanto 'natural' como 'artificial' representando el paso del día.




Una vez subimos hasta lo alto en ascensor, las vistas eran sencillamente espectaculares, las que se daban a lo más profundo de Pudong eran menos atractivas pero daban una idea clara de la extensión de la nueva ciudad de Shanghai en la que el crecimiento asiático únicamente se ve limitado por el suelo disponible.


Mientras que las vistas que daban al río Huángpǔ quitaban el hipo. Allí teníamos frente a nosotros la espectacular Jin Mao Tower, un poco más allá la torre de televisión y de telón de fondo el Bund, donde habíamos estado pasando el día en los antiguos vestigios de la ocupación occidental de la que hoy día tan sólo queda el recuerdo. Apenas una anécdota frente al bosque de luces de neones que teníamos delante.


El único inconveniente de nuestra elección, es que no teníamos vistas a la más alta Torre de Shanghai por encontrarse en el canto del edificio, que no contaba con mirador. Las vistas en el nivel inferior eran bastante más pobres y nada ayudaba el armatoste montado de numerosas tiendas de souvenirs que únicamente servían para aliviar al visitante de sus bienes pecuniarios.

Al día siguiente visitaríamos el primero de los vecinos pueblos del agua que conoceríamos en nuestra visita: Suzhou. ¿Estará a la altura de ser llamado la venecia de oriente, o será una decepción a la que el nombre le vino grande? En la próxima entrada os contestaremos.

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