Día 2: Gruyères, Berna y vuelta a Lausanne

El día anterior, durante el mercadillo navideño conocimos uno de los símbolos de Montreux: la estatua de Freddy Mercury. El cantante más grande de la historia -en mi modesta opinión-. 

La razón de este homenaje a Freddy Mercury se debe a que enfrente se encontraban los estudios de música donde grabaron gran parte de su discografía. La otra razón se debe a que el vocalista de Queen escogió Montreux como su lugar de retiro. Paradójicamente hacía apenas una o dos semanas que había sido el vigésimo quinto aniversario de su muerte lo cual hacía que estar allí en esos momentos se antojase como cosa del destino. 

Ésta era la mejor despedida que se le podía dar a este lugar antes de poner rumbo a Gruyères.


Gruyères es un pueblecito situado en el cantón de Friburgo, mundialmente conocido por la produción del queso Gruyère (el cual no tiene agujeros, contrariamente a lo que se suele creer). El motivo del nombre de este sitio se debe a que es una derivación de Gru, grulla en francés la cual era el emblema de las familias nobiliarias que vivieron en este lugar. 

Una neblina densa nos acompañó mientras nos acercábamos con el coche lo que hizo que empezásemos a temernos lo peor. Una vez allí descubrimos que ésta daba un aire fantasmagórico a un pueblo medieval que incluso con este ambiente se adivinaba precioso.


Una vez más la gran plaza del pueblo nos recibió con un mercadillo navideño el cual ya se encontraba abierto por lo que ya había bastante vida en el lugar.



Camino al castillo se encuentra el museo HR Giger. Un nombre que sonará anónimo para muchos, pero todos conocemos su legado al séptimo arte: es el padre de la criatura de Alien y que inspiró los decorados del film. Frente a éste hay una cafetería que es un must be para los frikis de esta película. 

Resulta curioso lo que puede cambiar el día en apenas unos minutos. Pasar de creer que estás visitando el castillo de Vlad Tepes (Drácula para los amigos) a de repente estar rodeado de un paisaje único. No tardamos en darnos cuenta de que pasaba bastante por allí.

             

El castillo (12 CHF) hace mucho tiempo que perdió su función defensiva, es más, sus últimos propietarios fueron una familia adinerada que lo utilizaban como lugar de recreo. Debido a este hecho, su interior se asemejaba más a un palacio que a lo que se presuponía que veríamos en un castillo. No obstante por lo atípico del mismo como por las vistas que se disfrutaban en su interior mereció la pena su visita.


Al salir del castillo pudimos volver a redescubir el pueblo sin el manto que lo cubría y con mucha más vida al haber llegado más visitantes, lo que más me gustó no era el pueblo en sí, si no ver el pueblo rodeado por las cordilleras cercanas.



Teníamos claro que en Suiza había que probar dos cosas: su chocolate y por supuesto una fondue. ¡Qué mejor sitio para tomar una fondue con queso gruyèr!. Sin embargo comer en un restaurante no es sólo la experiencia gastronómica, también hay que mimar los sentidos. Un mirador a nuestro lado con vistas al Parque natural Gruyère Pays-d'Enhaut satisfizo plenamente estos últimos.



Ya sólo nos quedaba conocer el último destino del día: Berna, perteneciente al cantón de Mittelland y capital de Suiza. Ya cuando nos acercábamos empezamos a intuir que lo que íbamos a ver no tenía nada que ver con lo conocido hasta ahora en este país. Una buena pista de ello la teníamos al ir por las carreteras y ver cómo repentinamente los carteles dejaron de estar en francés para empezar a verse sustituidos por mensajes más largos en los cuáles sólo reconocía la palabra Ausfahrt. Acabábamos de dejar atrás la Suiza francesa y estando en el mismo país parecíamos estar cruzando una frontera invisible: el idioma.

La entrada a la ciudad se realizaba a través de un puente que cruza el río Aar, desde donde ya se ve el centro histórico, con sus casitas a diferentes alturas, y sobre todos los tejados la torre de la catedral.



El centro, adoquinado y flanqueado por soportales, fuentes y esculturas casi a cada paso se encuentra atravesado longitudinalmente por varias calles que la atraviesan de lado a lado. La central y más importante tiene la Zytglogge al fondo como si la meta de un recorrido lento se tratase. De hecho esta torre me recordaba muchísimo al Orloj de Praga.

              

Berna tenía mucho que ver y que descubrir. Recuerdo que tras cinco pasos en sus calles empecé a percatarme de cómo a los lados de las calles que recorríamos, delante de los comercios que se encontraban bajo los soportales, iban apareciendo varias entradas a los sótanos que me recordaban a los típicos refugios antiaéreos de las viviendas. Algunos de ellos eran almacenes de los edificios que se encontraban tras estos, en otros casos eran el acceso a garitos escondidos a plena vista. Desde luego ir descubriendo cada uno de estos sitios sería una actividad muy interesante para quien duerma por allí...



A los lados también habían otras calles que parecían estar esperando a que el visitante las descubriese, en una de ellas por ejemplo se encontraba el Rathaus (Ayuntamiento).

Para los curiosos, la bandera que porta la estatua que veis arriba es la bandera del cantón de Berna. De hecho eso nos llevó a una curiosidad: el logotipo de Toblerone es la imagen superpuesta del monte Cervino y el oso del escudo de Berna. ¿Lo habíais visto hasta ahora? Ya no podréis dejar de verlo.

              

Tras visitar el Palacio Federal de Suiza (primera foto) y la catedral... Adivinad que descubrimos aquí tambien... ¡Un mercadillo navideño! No nos faltaron mercadillos que ver desde luego. Este estaba muy chulo aunque no llegaba a la espectacularidad del de Montreux.




Había llegado el momento de despedirse de Berna para volver a Lausanne pues teníamos pendiente conocerla por la noche, con sus luces y cenar en el Brasseurs (el pub de cervezas artesanas del que os hablé) que estaba junto a Flon. Ya desde allí volveríamos a Ginebra donde dormiríamos.




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