Día 4: Despidiéndonos de Munich

Y todo lo bueno acaba, es inevitable... Si no, dejaría de ser bueno. Sin embargo al viaje aún se le podría exprimir un poquito más, y con esta intención comenzamos el día en el Palacio de Nymphenburg situado al oeste de la ciudad.

De estilo barroco y construido en su momento -como todos los palacios- como un lugar de recreo para la familia real de Baviera. En realidad no es un único palacio, si no que se trata de un complejo edificatorio el cual fue creciendo con el tiempo hasta alcanzar el aspecto actual. 



Sin embargo el principal elemento diferenciador de este lugar respecto a los que vimos el día anterior era su extenso jardín inglés, salpicado por varios lagos donde se podían alquilar barquitas. Por estas extensiones verdes estuvimos dando un paseo, el cual fue alternando zonas más puramente barrocas,con sus parterres y esculturas, con zonas donde la vegetación tornaba en bosque de espesa maleza. 

A mí salvando las distancias me recordaba al Real Sitio de San Ildefonso (podría decir otros sitios pero la tierra tira y mucho). 


Y con esta visita decidimos dejar de visitar puntos singulares para entregarnos al tranquilo paseo por las calles muniquesas al tiempo que íbamos descubriendo uno u otro rincón. Casi como si fuese cosa del destino.




Ya lo dije en la primera entrada sobre Múnich y lo digo de nuevo. ¡Me encantan los centros comerciales! La primera imagen es del Fünf Höfe al que llegamos metiéndonos por un callejón que daba a un patio, y este patio a su vez resultó ser una de las cuatro o cinco entradas del lugar.

En Alemania el concepto del patio privado en manzana cerrada, al estilo del ensanche de Barcelona, no existe o al menos en el centro de las grandes ciudades no parecía existir. Todo era espacio público -o tal vez diría semiprivado-, de esta manera la vía pública ganaba un espacio adicional que de otra manera no tendría. 


              

Así es como el paseo para un visitante casual, como éramos nosotros, se convierte en una especie de búsqueda del tesoro por saber qué nos deparará el siguiente rincón que nos fuésemos a encontrar. Es por cosas como esta que me reafirmo. ¡Me encantan los centros comerciales alemanes!


Tras callejear descubriendo cada rincón, volvimos a comer al jardín de la cerveza que habíamos descubierto el primer día. Esta vez mucho más vacío y sin tanto visitante local, únicamente turistas lo que -aunque mucho más cómodo,-le hacía perder parte de su gracia. 


Con el buche lleno y una vez que confirmamos que en efecto iba a hacer bueno nos dirigimos a la iglesia del Viejo Pedro. Con este apelativo cariñoso se refieren los muniqueses a la iglesia de Alter Peter la cual cuenta con una de las torres visitables más altas de la ciudad (3€ /persona).

No es la única torre, de hecho la del Ayuntamiento Nuevo también permite subir a lo alto. Sin embargo de esta manera nos quedaríamos sin ver el propio Ayuntamiento cuya fachada tiene más interés que la Alter Peter. Con este último vistazo desde las alturas nos despedimos de la capital Bávara.


Y para concluir la entrada, terminaré con otra de las historias que escuché durante el tour del primer día: El obelisco de Mariensäule tiene en sus cuatro esquinas una representación alegórica de los cuatro grandes males a los que venció la virgen María. El más gracioso es el que representaba la peste. 

En sus orígenes los pobres aldeanos que de imaginación no andaban cortos juraban y perjuraban que la causa de la peste se debía al Basilisco, una especie de pollo-lagartija. Un extraño híbrido animal que en una noche de borrachera alguien juraría haber visto. El caso es que se echaron a la calle armados con palos y horcas con la intención de erradicar tal mal y al no ir tan enfilados no tuvieron fortuna en la cacería y la peste siguió campando a sus anchas.



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