Día 5: Pingyao

Han pasado tres meses desde la última entrada de China, la verdad es que he estado bastante liado y al llegar a casa lo último que me apetecía era andar trasteando con las RAW. Pero... ¡Ya estamos aquí!

La aventura la dejamos cuando abandonamos Datong rumbo a Pingyao sentados durante siete horas en un tren tipo cercanías. Afortunadamente la mañana empezaba de lo más optimista, y es que el alojamiento que escogimos sí que incluía un desayuno que tenía buena pinta y sabía aún mejor:



La verdad es que este fue uno de los alojamientos que mejor relación calidad precio tenía, y la verdad es que me sorprendió para bien pues aunque no tiene el tirón de Beijing o Shanghai no se podría decir que sea precisamente un rincón a la espera de ser descubierto.

El alojamiento seguía un esquema tradicional tipo casa patio en el cual, como su nombre indica, las habitaciones se repartían en torno a un patio central muy bonito. Frente a este y dando a la calle principal se encuentra el restaurante que hace también las funciones de mostrador.

De la habitación qué deciros, la imagen ya lo dice todo, muy cuqui xD eso sí para dormir hay que girar por lo que ambos ocupantes tienen que entrar por el mismo lado, pero tampoco vamos a ponernos tan finos.




Pingyao es una ciudad china que, al igual que Datong, pertenece a la provincia de Shanxi. ¿Y qué tiene? Pues se caracteriza por ser la ciudad medieval mejor conservada al contar con un casco histórico que ha mantenido su estructura urbanística. Igualmente medieval es la muralla que rodea el casco histórico y que se puede visitar.

La ciudad se puede visitar de manera gratuita, sin embargo esto no lleva mucho más de un par de horas. Para amortizar la visita lo mejor es tomárselo con calma y dedicarle un día entero (especialmente para compensar la paliza que toca darse para llegar a este lugar) y la mejor forma de hacerlo es pasar por caja (cómo no) y comprar el ticket que permite visitar todos los Museos de Pingyao (140 CNY/persona). Si eres estudiante, la mitad.

Precisamente en este momento sucedió la anécdota del día, y es que había descuentos por estudiante y por discapacidad. Con este último la cosa salía gratis y bueno ya que se puede pues vamos a aprovechar... ¡40 minutos de espera! Cada vez que preguntabas si pasaba algo escribían en su traductor y te enseñaban mensajes del tipo: "espere por favor", "estamos mirando", "estamos preguntando al jefe". Claro nosotros flipando con lo desconfiados que son. Tras 40 minutos en los que se ve que hemos perdido la paciencia finalmente se les enciende la bombilla y hacen la pregunta fatídica: ¿Y cuál es la discapacidad? Parece que si no te ven en silla de ruedas o con gafas negras eres estafador en potencia.



Comenzamos con la muralla, debimos de recorrer un cuarto de la misma en una media hora tranquilamente, durante la cual tuvimos nuestra primera toma de contacto. Había de todo, desde calles de aspecto pulcro y cuidado, hasta patios traseros de casas que parecían estar guardando secretos oscuros. 


Lo que anduvimos fue más que suficiente para nosotros pues suponíamos que no íbamos a ver nada nuevo si seguíamos bordeando la ciudad. Además lo que habíamos visto nos había terminado por picar el gusanillo y terminamos por bajarnos en cuanto divisamos la Xi Da Jie (Calle Oeste). 

El centro urbano de la ciudad, que no creáis que por ser medieval es pequeño precisamente; se encontraba dividido en una cuadrícula en la que destacaban las Calles Este, Oeste, Norte y Sur, mucho mejor conservadas y con un aspecto espectacular que invitaba a recorrerlas arriba y abajo una y otra vez.


En un lado opuesto y no por ello -en mi opinión- menos romántico era el aspecto de las calles que se encontraban escondidas, sin ningún local comercial que eran únicamente recorridas por los habitantes del lugar que deambulaban por allí como si fuesen cortesanos que evitaban moverse entre las masas de plebeyos que admiraban lo que para ellos era lo cotidiano. 

Curiosamente estas calles aunque no destacaban por contar con edificaciones nuevas o reformadas estaban todas muy limpias.



               

Tic tac, el reloj corría así que sacamos el plano con todos los museos que tenía la ciudad, cruzamos las recomendaciones que nos hicieron donde nos alojábamos con los de la lonely y empezamos con los que parecían los must be de Pingyao:



A modo anécdota, contaros que Pingyao surgió como consecuencia del éxito de sus negocios de tintado de telas durante la dinastía Ming. Pero fue durante la dinastía Qing cuando algunos de estos empresarios más prominentes empezaron a invertir en otro negocio: los préstamos. Fue así como se fundó el primer banco de China, el banco Rishengchang (fotos de arriba y abajo). A la larga estos bancos posibilitaron, mediante el giro piaohao, la transferencia de grandes cantidades de oro y plata de un lugar a otro mediante cheques.


El banco en cuestión siguió creciendo y su edificio ampliando. Se fueron construyendo varios edificios en torno a patios. Los menos habituales eran las oficinas al uso siendo mayoría aquellos que se emplearon para alojar a clientes importantes, dando así una muestra de la hospitalidad oriental.

Todo estaba ambientado como si los siglos no hubieran pasado. La mayoría de "los empleados" eran maniquíes caracterizados según su puesto, no obstante de cuando en cuando aparecía un personaje caracterizado según su rol, que acababa por dar un toque cómico al asunto.


Uno de los rincones más anecdóticos se encontraba en el sótano, donde se encontraban los antiguos almacenes de oro, lo que viene a ser la caja fuerte de hoy día. Por supuesto tampoco se libraba de su parte de caracterización con sus lingotes particulares de oro y plata.



Tras haber visitado algunos de estos sitios imprescindibles hicimos parada táctica. El desayuno había sido un muy buen comienzo y de ahí no queríamos bajar, así que cruzamos Tripadvisor con la Lonely y dimos a parar con el Restaurante Ju Yuan.

Escogimos Pingao Beef que según vimos parecía una especialidad local dado que lo vendían en todas partes, a simple vista recordaba a la cecina mientras que su sabor no era tan agradable; y unas berenjenas que se nos antojaron para compararlas con las japonesas, al final se parecían bastante a la berenjena andaluza con miel. Todo ello regado por supuesto con otras dos marcas más de cerveza chinas (99 CNY).

La verdad que en este viaje fuimos haciendo bastantes muescas en nuestro currículum cerveceril, para acabar llegando a la conclusión de que en China todas las cervezas saben igual. Y es posible que buena culpa de esto lo tenga el régimen para evitar una competencia capitalista. Aunque esto último son más teorías que otra cosa.

¡Del lugar qué deciros! Que tenía mucho encanto, una de las paredes estaba llena de dedicatorias y notas en todos los idiomas que podáis imaginar, dedicatorias de personas que algún día pasaron por aquellas ocho mesas atendidas por tres mujeres con más gracia que otra cosa. De hecho acabó surgiendo una conversación bastante rudimentaria con aquello de que le preguntamos una cosa a una en inglés, entendió otra cosa y con el cuento se fue a hablar con la superiora. Aquello llevó a intercambiar otras tantas frases más por acabar de terminar de romper el hielo. Inevitablemente me trajo a la memoria aquel local chitín donde probé la anguila japonesa.



Si la mayoría de la vida se desarrollaba, como antes describimos, a lo largo de las calles con el mismo nombre que los puntos cardinales, las grandes torres que se sucedían próximas a la muralla o en el mismo centro de la ciudad se convertían en faros que asistían mudos al desfile rutinario de las personas que por allí pasaban.



La más importante y central, la Torre de la Ciudad, estaba cerrado al público por lo que nos quedamos con las ganas de subirnos. Afortunadamente pudimos tener una experiencia parecida en otra torre anexa al complejo del Palacio de la Justicia, más pequeña en tamaño. La foto de arriba es una de las vistas que teníamos desde allí.

               



El resto del día fue más de lo mismo: visitamos algunos museos, que prejuzgamos como los más interesantes en detrimento de los demás, donde atravesamos puertas redondas que suponían un desafío para nuestra cuadriculada concepción de los huecos; paseamos sin más por las calles ortogonales de la ciudad medieval, para acabar encontrándonos con un muro por el cual asomaban los siete dragones que le daban nombre; asistimos estupefactos a algún tipo de representación en la cual podrían haber mencionado uno de los monólogos más famosos del cine sin que lo hubiésemos sabido.  






Y mientras cenábamos donde nos alojábamos (44 CNY) -que habíamos visto que tenía precios muy competitivos- el día acabó por dar paso a la noche. Y con ésta, la ciudad medieval se transformó a falta de neones en un centro comercial al aire libre.

Y esta, la imagen de faroles rojos, carteles luminosos junto a viejas torres, templos y edificios; era la China que todos soñábamos.

               




El día lo terminamos pactando con el alojamiento un vehículo que nos llevase al día siguiente a la estación de alta velocidad donde tomaríamos un tren a Xi'an (ojo, no es la misma que la del tren en el que venimos) por 30 CNY.

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