Día 1: Munich

Nada más llegar al aeropuerto -si sois como nosotros de ir a lo barato y seguro- iréis en tren hasta la estación central de Munich. En la estación de tren del aeropuerto se formaban auténticas colas, debido a los líos que algunos se debían montar a la hora de sacar el billete. 

El procedimiento consiste en poner la ciudad y una vez allí la estación destino. La complicación está en que aunque pongas el idioma en Español las estaciones no cambian de nombre así que estación central en alemán es Hauptbahnhof. Sabiendo esto veréis que es bastante sencillo y rápido el proceso.



Como llegamos por la noche el día anterior no pudimos hacer gran cosa, así que para resarcirnos qué mejor que iniciar el día con un buen desayuno. Aproveché para pedirme un Bretzel para ir abriendo la puerta a la gastronomía alemana.


Como primera toma de contacto nos encaminamos a la principal plaza muniquesa: Marienplatz o Plaza de María. Además de por su importancia en la ciudad, teníamos intención de realizar el Walking Tour de Sandeman's

Si habéis hecho alguna actividad de estas no os cuento nada nuevo, sin embargo si no sabéis lo que es un Walking Tour, comentaros que es una forma relativamente nueva de conocer las ciudades. Abundan especialmente en Europa y consiste en -como su nombre indica- recorrer la ciudad caminando escuchando las explicaciones del guía. Al final de la actividad se realiza una aportación voluntaria. 

Por voluntaria no me refiero a lo que algunos interpretan de no dar nada, si no de dar una cantidad la cual puede ser mayor o menor en función del grado de satisfacción del cliente. Lo hemos probado en Berlín -donde lo descubrimos-, Saschenhausen y en Dublín y siempre lo recomendamos.



El que hicimos en Munich estuvo muy bien, lo único que desmerecía las explicaciones de Patu (de Patricia) de Jaén, era el grupo numeroso que éramos -y eso que llegó otro par de guías para repartirse el mogollón-. Es lo que tienen los puentes y los españoles por el mundo xD.

El recorrido comenzó en el propio punto de encuentro: La Mariensäuler o Columna de María desde donde -tras una explicación de la historia y el origen del nombre de Munich- centramos nuestra atención en el Ayuntamiento Nuevo de la ciudad. Concretamente a su Carillón el cual perdía su espectacular narración en cuatro actos por su excesiva duración. 

Tal vez por eso sólo suena dos veces al día...


No muy lejos de allí se encuentra la Catedral de Munich, la Frauenkirche muy austera por el exterior cuya única decoración -si es que se le puede considerar como tal- son las lápidas que las familias más pudientes hicieron colocar tras su muerte en las paredes de la Catedral. Si el suelo sagrado acercaba a Dios, tener tu lápida en las paredes de su casa debía ser algo parecido a una okupación del cielo. 


Munich está plagada de leyendas, algunas ciertas, otras buenas historias con las que amenizar una visita. Varias de ellas giraban en torno a esta Catedral, algunas justificando la diferencia de altura entre las dos torres, apenas de un par de metros.

Sin embargo la más apasionante cuenta cómo una noche el Diablo vino una vez de visita a la ciudad de Múnich y vio la catedral en obras. Al decidir hacer una visita a la construcción entró por la puerta sur y observó con satisfacción cómo aquella construcción no tenía ninguna ventana. Hizo entonces un pacto con el arquitecto por el cual éste se comprometía a no construir ninguna ventana en la Catedral sumiéndola así en al oscuridad. Años más tarde volvió para comprobar que había sido engañado, ya que como pudo comprobar, desde donde la había visto, la columnata tapaba las ventanas ya existentes en aquel entonces. 

En su ira pegó un pisotón dejando así plasmada su huella que aún perdura.


Salvando aquella bonita historia y algunos detalles en general me dejó bastante frío, no sólo por su austeridad sino por -en mi opinión- su espacio angosto por ese exceso de columnas de la que el arquitecto se jactaba en su historia.

Desde allí nos encaminamos a lo largo de la peatonal Theatinerstrasse hasta Odeonsplatz. Las calles peatonales son algo que encanta, un espacio el cual es recuperado por el usuario a pie y no tarda en dotarlo de vida de una forma u otra. Las calles muniquesas tenían mucho de dos cosas: jardineras preciosas llenas de tulipanes y numerosas galerías y centros comerciales. Algunas de estas últimas eran reconocibles a simple vista como es el caso de la entrada principal del Fünf Höfe sin embargo existían otras entradas ocultas a simple vista las cuales estaban a la espera de ser descubiertas.

Inevitablemente me vino a la memoria la Berlinesa Hackesche Höfe.



Os he hablado de Odeonsplatz sin embargo salvo que es una plaza no os he dicho qué es este sitio. En 1923 Adolf Hitler junto a un grupo de partidarios suyos –tras una noche de borrachera- intentaron tomar el poder por la fuerza para lo cual empezaron a dirigirse enfervorecidos hasta esta plaza donde se encontraba la Feldherrnhalle (sí lo busco en internet para escribirlo bien) desde donde quería dar un discurso. Justo antes de llegar fueron reprimidos por las fuerzas policiales, enfrentamiento que se saldó con víctimas mortales por ambos lados.

Cuando llegó al poder este se convirtió en un lugar de recuerdo para aquellas víctimas políticas, aquellos camaradas suyos que le apoyaron en un inicio y todo el mundo debía levantar el brazo en alto. Muchos pasaron por el aro, pero no todos los alemanes eran afines a sus ideas por lo que algunos para evitar eso tomaron un rodeo por la callejuela posterior a este lugar. No tardaron los nazis en darse cuenta de esto y estos alemanes fueron de las primeras víctimas de la represión. En recuerdo a estas personas que fueron los primeros objetores de conciencia se ha representado en forma de baldosas el camino de vuelta a casa que se vio interrumpido al ser detenidos.

               

Historia más alegre y colorida es la de algunas figuras que se encontraban en las esquinas de algunas casas o calles, en este caso se trata de uno de los dos toneleros que adornan el final de la Schäfflerstrasse, junto al Parque Marienhof. 

La historia de los toneleros que trajeron de vuelta la vida y la animosidad a la ciudad de Múnich tras la plaga que asoló la ciudad es una de las historias que se representan en el carrillón del Ayuntamiento Nuevo. 


Bordeando el edificio de la Residentz llegamos a la cercana Plaza de Maximiliano José donde además de una estatua del Rey homónimo se encontraba el Teatro Nacional. Aquí hubo tiempo para un par de historias de lo más divertidas. El teatro en cuestión tras una reconstrucción después un incendio se le dotó de una cúpula invertida la cual recogía el agua de lluvia y ésta se emplearía para apagar el incendio. 

En 1823 llegó el ansiado incendio que daría finalmente la oportunidad al pueblo muniqués de admirar la maravillosa obra de ingeniería salvo un problema: era invierno y el agua estaba congelada. No hubo más remedio que apagar el fuego con las reservas de cerveza de la cercana Hofbräuhauus o Cervecería Real. Aficionados a la cerveza como eran, la cerveza que llegaba tras pasar los cubos de mano en mano era notablemente inferior a la que salía de la Hofbräuhauus por lo que sólo se salvaron los muros del Teatro Nacional.

Para financiar las pérdidas cerveceras que esto supuso a la corona se implantó un impuesto por cada jarra de cerveza que acabó desembocando en una revuelta y con ello en la abdicación del rey Maximiliano I de Baviera.



El hijo y sucesor de Maximiliano I fue Luis I quien además de putero -como todo rey que se precie- le gustaba la jarana. Me diréis no sin razón: ¿Y esto que tiene de interesante y novedoso? Pues que al casarse con la que sería su esposa celebro una boda por todo lo alto a la que acudió todo el pueblo. La fiesta que no debía tener nada que envidiar a las gitanas duró una semana. 

Tanto gustó aquella fiesta que en el aniversario de la boda se volvió a celebrar el asunto pero con más gente. Y al año siguiente, y al siguiente. Y este año se llama a esta fiesta... ¡Oktoberfest!


Girando como gira la historia bávara en torno a la cerveza resultaba inevitable -tras un breve paso por su milla de oro particular: la Maximilianstrasse- acabar en la antigua cervecería real (que protagonizaba la historia del incendio) y sede de una de las cinco cervezas locales: la Hofbräuhauus. Sin embargo de este sitio ya os hablaré en otra entrada.

Menos famosa, más tranquila y con mejor producto era la cercana Augustiner donde probaríamos sus productos rubios a modo de aperitivo antes de la cena.


La visita terminó de vuelta a la plaza tras bordear el reconstruido Ayuntamiento Nuevo. No muy lejos de allí nos percatamos de que había un festival gastronómico. Un mercadillo como muchos que tenemos, sin embargo lo que lo diferenciaba es que éste giraba en torno a un jardín de la cerveza.

¡Sí! ¡Un jardín de la cerveza! Era la primera vez que oía esas palabras sin embargo no había botellines en lugar de flores. En realidad no dejaba de ser un parque donde hay infinidad de bancos alineados uno tras otro donde te puedes sentar junto a otro grupo de personas igualmente desconocidas, tal vez alemanes o tal vez forasteros como tú. Y todos con al menos una cosa en común, una jarra de mínimo medio litro en la mano .




Prost! ¡A vuestra salud!


Durante la tarde además de volver a hacer el mismo recorrido tranquilamente, fuimos hasta el Jardín Inglés donde además de su propio Jardín de la Cerveza: el Chinesischen Turm, cuenta con un río artificial donde gracias a las olas artificiales se puede surfear.

¿Surfear en medio del continente? ¡Cosas más raras se han visto!


Y para terminar el día tras un par de cervecitas en Augustiner nos dirigimos al Haxnbauer. Un restaurante que nos recomendaron durante el Walking Tour especializado en codillo. Riquísimo pero aunque prefiráis durante el día comer cosas más rápidamente, en serio no cenéis esto. ¡Qué bomba!




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