Día 3: El castillo de Neuschwanstein

Próximo a Füssen, el rey Luis II de Baviera mandó construir ya a finales del siglo XIX un castillo totalmente anacrónico en un momento histórico en el cual los castillos no tenían ningún tipo de función estratégica. Surgió como un ideal fantasioso del propio rey quien se veía así mismo como un príncipe azul y quería vivir ese tipo de vida ideal en su cabeza. No en vano le llamaron el Rey Loco.

Alguien así no podía durar mucho así que tras una revuelta popular, encarcelaron a este rey romántico y lo recluyeron en prisión donde moriría al poco rato. Algunos años después, el castillo se dio por finalizado y abrió sus puertas al público. Irónicamente este castillo acabó inspirando el castillo de Walt Disney cuna de las películas sobre princesas y príncipes azules en el siglo XX. 


Para venir aquí hay que coger un tren hasta Füssen donde al salir de la estación veréis una parada de autobús que lleva hasta Hohenschwangau. En este pueblo además del castillo de Neuschwanstein está el menos espectacular (exteriormente hablando) castillo de Hohenschwangau sin embargo nos conocemos y decidimos que con uno bastaba. Nada más llegar hay que ir al centro de tickets que está donde nos deja el autobús.

Nosotros pillamos los tickets con antelación pero se pueden comprar en la propia taquilla. Billete en mano tocaba subir a lo alto de la colina a patita o en carro con caballos. El día comenzó nublado y conforme subíamos, pequeñas lágrimas del cielo empezaron a caer, primero suavemente y para cuando llegamos a la cima con algo más de ímpetu. El castillo se alzaba imponente sobre la colina recordando en cierta manera a las residencias de las princesas y príncipes que protagonizaban las películas de Disney, como si un cliché tras otro se fueran sucediendo en esta construcción. 

Nos pasamos de cautos a la hora de reservar anticipadamente y llegamos una hora antes. Por supuesto no podéis cambiar la hora ni es una hora orientativa ni nada por el estilo así que tocaba hacer tiempo por los alrededores del sitio.



Para cuando entramos en el interior pudimos comprobar no sin estupor como funcionaba el tinglado. Van separando a los visitantes en grupos por horas, uno cada cinco minutos y al entrar se nos da una audioguía y nos asignaron un "guía" -lo pongo entre comillas porque llamarlo así sería insultar a los profesionales que sí ejercen esta labor-. La audioguía en cuestión nos explica las normas que vendrían a ser algo así como: 
  1. Encajad vuestros pies en los raíles. 
  2. Id a la velocidad que os marca el/la responsable.
  3. No saquéis las manos más allá de medio metro del tronco.
  4. No respiréis, el CO2 daña los edificios.
  5. Ante todo intentad no disfrutar.

Y de eso se trató, de escuchar la explicación en cada sala y pasar raudos a la siguiente para que el siguiente grupo pudiera ir a la que estabais en ese momento, nada de detenerse o ir a tu ritmo, nada de apreciar lo que estás viendo; si no un tour organizado sobre raíles. 

Resulta una pena que personas con interés en ver y conocer algo sean sometidas a esto. Por ello ni repetiría ni pienso recomendar esto por muy idílico que parezca en postales, porque para hacer fotos en el exterior de un único edificio... Hay mejores planes en Baviera. Me consta que es mucho más agradable la visita del castillo de Hohenschwangau (el otro) al ser mucho más tranquilo. 


No había mucho más que hacer así que a ello nos dispusimos, a admirar el edificio desde sus diferentes puntos de vista. El mejor punto de vista se encuentra en un puente que debía estar a unos 10 minutos: Marienbrucke. Así que si llegáis con mucho tiempo de antelación es una buena forma de hacer tiempo.


La lluvia no tenía pinta de arreciar así que como en Hohenschwangau no hay nada salvo el par de castillos antes mentado y varios restaurantes de dudosa calidad, nos volvimos a Múnich donde también estaba lloviendo. 

Apenas había un alma en las calles o en las cervecerías, imagino que gran parte de la culpa la tendría que fuera día laborable. Así que aprovechamos para cenar, esta vez sí, en la Höfbrauhaus que era el único lugar con un poco de ambiente sin ser asfixiante. Así que os presento sus interiores:



El edificio de la antigua cervecería es precioso en el que destacaban sus techos ricamente pintados o sus cuadros atípicos que decoraban algunas de las paredes o columnas del lugar. Nada que ver con su cerveza la cual no tenía nada de especial en comparación con otras marcas. Mención aparte merecen las entrañables consignas para los miembros VIP de la cervecería que también las vimos en la Augustiner.

¿Y eso de ser miembro VIP de la cervecería cómo va? Fácil -o no tanto-, lo que hay que hacer es ser cliente al menos dos veces por semana durante un lapso de tiempo de varios años, no sé si eran quince pero esto último ya es de memoria. Con ello se adquieren varios privilegios entre ellos tener tu asiento reservado el cual sólo podrán usar en tu ausencia o el ya descrito de tener tu propia consigna para tu jarra si la quieres traer de tu casa.

Nosotros que somos muy sencillos nos conformamos con ser clientes casual así que asentamos las posaderas en uno de sus largos bancos junto a un trío que tampoco debía de conocerse de nada. Y en esta particular cervecería terminamos el día... Prost!



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